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La leyenda cuenta que, hace cientos de años, un apasionado inca llamado Illi Yunqui, se enamoró de la princesa Kora-llé. En medio de una gran celebración, la princesa caminó por un estrecho camino de una de las laderas de la montaña, frente a la laguna. Debido a su aparatoso traje y el peso de sus joyas, además de las complicadas condiciones del camino, la princesa resbaló y cayó por la pendiente.
A pesar de que Illi Yunqui corrió para salvarla, cuando la encontró ya había perdido la vida. Con una profunda tristeza, creyó que ningún sarcófago humano sería apropiado para albergar la belleza de la princesa, por lo que decidió sepultarla en las aguas de la laguna.
Envuelto en blancos linos, el grácil cuerpo de la princesa fue descendiendo a la profundidad azul y, desde entonces, el agua se tiñó con el matiz esmeralda de los ojos de la princesa, que ya el hijo del sol no podrá despertar.
Sobre el cristal de esta laguna, en ciertas noches de plenilunio, se oyen lamentos que turban su quietud. Es tal vez un encantamiento que nos cuenta esta historia de amor y tragedia, que se cubre con el manto silencioso de la nieve.
